Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia;
Eclesiastés 12:1-2
Todo termina en un parpadeo, a la velocidad de la luz...
El paso por esta tierra es como una simple exhalación, que es imposible de verle flotando materializada en frente de nosotros. Se aleja de una manera tan rápida que en el momento de pensar en lo que hicimos con ella, nos damos cuenta que no fue suficiente.
Vivir no es un verbo que se convierte en un presente amarrado a una rutina marchita, o en un pasado que se albergó en nuestras cabezas y se estancó en la memoria, o un futuro que vuelve el quizás y la probabilidad en dudas e incredulidad; vivir es mucho más profundo... es el sentir la tierra tocada por tus pies y entender que cada cosa que haces debe de ser un propósito que lleva a tener un buen final.
Un abrazo prolongado, que besen tus ojos, que entiendas que tus manos son un instrumento y una virtud que cuando las utilizas para desarrollar tu arte, no crea notas, o esculturas o imponentes pinturas... simplemente cuando usas la virtud que poseen tus manos cada cosa que creas se convierte en un milagro tangible.
Tocar los cabellos de la mujer que te mira con amor, entender que cada respiro que sale de tu boca es una oportunidad de que tu corazón siga latiendo; besar las mejillas de tu madre, levantarte y ser consciente de que cada movimiento del día es un capítulo más de la historia que a lo largo de tu vida escribes en la mente de los que están a tu lado.
Los cambios trascendentales son una oportunidad de reescribir esa historia que en algún momento se plasmó con líneas torcidas... las líneas de la vida.
-Señorita Mostaza-
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